lunes, 13 de diciembre de 2010
La aparición de nombres transmutados en anagramas va más allá de su explícita enunciación: el desorden de las letras que los forman fomenta la crisis de la identidad, permitiendo el control sobre la voluntad, creando una espiral de falsedades, un antojo de espejos metafísicos en los que el Yo y su doppelgänger se intercambian no sólo los papeles sino también sus espacios, manejados éstos (el real y el virtual, el de la vigilia y el del sueño, el de la consciencia y el de la inconsciencia...) por ese titiritero llamado Estado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario